Un enorme autobús se ha instalado en la plaza del pueblo. Frente a él, Caterina Izara, una iluminada imbuida de un conservadurismo atroz, celebra un mitin para los vecinos de la zona que la aclaman como a una deidad. No muy lejos de allí, los agentes Teodoro y Sorroche aparcan sus desgraciadas vidas para dar comienzo al turno de noche. Pero la calma no durará mucho.
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