House of Cards: Crítica de la cuarta temporada
House of Cards trazó la trayectoria del matrimonio Underwood con suspense y pinceladas de espionaje a lo largo de tres temporadas. Durante los casi 40 episodios, la serie de Netflix cambió el foco de la trama varias veces, poniendo la atención en diferentes secundarios. En el cuarto año, esos altibajos desaparecen y todas las historias que suceden en la Casa Blanca se convierten en una auténtica historia de terror que supera incluso a la primera temporada.
Casi todos los elementos sugeridos a lo largo de la temporada son ejecutados de forma magistral. Desde la repentina e inédita flaqueza de Frank hasta el romance sincero y adúltero de Claire, nada suena sin un propósito o fuera de contexto. La serie se liga a un terror psicológico moderno y supera todas las calamidades anteriores. El tono sereno de las palabras de Claire y Frank transmiten la psicopatía del matrimonio, que en una mezcla de codicia y venganza hace que el espectador identifique en la ficción trazos de una realidad muy cercana.
El gran triunfo de esta temporada es el ritmo con el que el guión divide la campaña por la presidencia y el gobierno de Underwood. Al mismo tiempo que necesita llevar las riendas del país, se preocupa de ganar las elecciones que se celebrarán en unos meses. La mezcla de estos dos arcos está realizada con un equilibrio perfecto, dando espacio para que Claire gane una importancia todavía mayor, y rellene el vacío dejado en otros años, cuando ella, a pesar de ser la primera dama, sólo aspiraba a ser una protagonista. Aquí, ella no sólo está a la altura de Frank, sino que carga con buena parte de la historia a sus espaldas. Los secundarios encajan en la historia sin llamar demasiado la atención, lo que es perfecto.
Remy (Mahershala Ali), Hammerschmidt (Boris McGiver), Dunbar (Elizabeth Marvel), Doug (Michael Kelly) y Goodwin (Sebastian Arcelus) son los compañeros perfectos de trama. Personajes compuestos para aflorar características de los protagonistas y accionar gatillos que evolucionen el guión. En otros tiempos, la mitad de esos personajes se disputarían un espacio con los Underwood, lo que hacía que la serie se desviase de su foco principal, pero este año se ha comprobado que la receta del éxito no es esa. House of Cards funciona como un equipo de fútbol con dos cracks, pues la victoria llega cuando los otros nueve jugadores deciden sacrificarse por los dos mejores, en este caso, Kevin Spacey y Robin Wright.
No es como si ambos no nos hubiesen entregado antes enormes actuaciones. La diferencia principal es la cantidad de momentos diferentes por los que los personajes pasan, exigiendo así una actuación más compleja y menos caricaturesca del matrimonio. En la segunda mitad de los episodios, ambos asumen el rol de los villanos tradicionales, fotografiados siempre en la penumbra, con maquillaje que exalta las arrugas y una mirada sin alma.
El contrapunto perfecto para los Underwood es Will Conway, joven republicano interpretado por Joel Kinnaman. Muy activo en las redes sociales, casado con una inglesa y padre de dos hijos, el político es la versión moderna de Frank. Utiliza todos los artificios posibles para llegar al poder, sin olvidarse de la importancia de su propia imagen. Con él en escena, la villanía de los protagonistas se torna más evidente en un juego de poder tan impactante como el visto en la temporada de estreno. Él, junto con toda la familia y el personal, es el complemento perfecto para este nuevo acto de House of Cards, que convierte la serie en un cuento moderno de política y terror. Transformar los procedimientos del gobierno americano en una tragedia parece banal debido a la cantidad de historias oscuras que implican a los Estados Unidos.
House of Cards, sin embargo, convierte esa hazaña en algo loable por no descaracterizar a sus protagonistas y convertirlos en villanos procedentes de cuentos de monstruos de fantasía. El cuidado técnico de la serie aumenta esa capacidad del guión, que toca temas de actualidad sin sonar anticuado y hace innumerables alusiones a la política contemporánea sin parecer presuntuoso.
La historia de terror en House of Cards asusta por la proximidad con la situación actual del mundo, y principalmente por sus personajes, que vagan entre la ficción y la realidad siendo una caricatura de políticos de carne y hueso.